lunes, 5 de diciembre de 2016

RELATO BREVE: PRIMERA VISITA DE HERNANDO ORTEGA A SU PALACIO DE BÁSTULA (ÚBEDA)

Siguiendo con el ciclo de relatos cortos comenzado con la primera visita de Francisco de los Cobos a su nuevo palacio y continuando con la primera visita de Rocío a Santa María, aquí os dejo el tercer relato. En este, tras unos datos en los que os daré a conocer cómo es realmente el edificio del que hablo, os contaré lo que siente Hernando Ortega al visitar por primera vez su palacio en Bástula (Úbeda).  

Hernando Ortega Salido fue deán de la catedral de Málaga, Chantre de la Iglesia Colegial de Santa María de los Reales Alcázares y el primer capellán de la Sacra Capilla del Salvador del Mundo. Pese a no tener demasiados datos sobre este importante personaje, conocemos que, a lo largo de su longeva existencia, fue amigo personal de Francisco de los Cobos y su apoderado en la ciudad.

Hernando no aparece en la primera parte de la trilogía, pero creo que merecía unas líneas en este entramado de relatos. Estoy convencido de que la importancia que adquiere Francisco de los Cobos, en buena medida, es debía a las amistades de las que se rodea.

Las siguientes líneas, son meramente informativas y sacadas de internet: 

https://es.wikipedia.org/wiki/Palacio_del_De%C3%A1n_Ortega

No obstante, creo que servirán como punto de partida para poner en antecedentes al lector. Con ellas, espero que se hagan una posible idea de lo que antaño llegó a ser este palacio y lo que sigue siendo aún hoy:
  

El palacio del Deán Ortega, o también palacio del Marqués del Donadío. Situado en plena Plaza Vázquez de Molina de Úbeda (Jaén, España), constituye uno de los palacios hispano-renacentistas más importantes de la ciudad. Declarado Bien de Interés Cultural, y dentro del recinto declarado Patrimonio de la Humanidad en 2003, es, desde 1929, el actual Parador Nacional de Turismo. El palacio ha sido recientemente musealizado para facilitar su visita histórica.

Historia

Este palacio fue mandado levantar por Fernando Ortega Salido, deán de la catedral de Málaga y Chantre de la Iglesia Colegial de Santa María de los Reales Alcázares y primer capellán de la Sacra Capilla del Salvador. Su construcción data de mediados del siglo XVI en pleno Renacimiento español, conociéndose que en 1550 fue contratada la losadura de la planta baja. Su trazado corresponde al arquitecto renacentista Andrés de Vandelvira y también intervendría el arquitecto real Luis de la Vega.

El 6 de agosto de 1831, Ángel Ezequiel Fernández de Liencres y Pando de Castañeda, compra este palacio, mandando poner en él su escudo de armas en la fachada principal del mismo, permaneciendo en él hasta la actualidad, continuando la familia Fernández de Liencres siendo su propietaria hasta que en 1929 pasó a albergar el Parador Nacional de Turismo, uno de los más antiguos de España. Esta iniciativa fue llevada a cabo por el General Saro.

El 2 de junio de 2012, se celebró en el palacio del Dean Ortega-Marqués de Donadío, la I convención de la Familia Fernández de Liencres.

Descripción

Está distribuido en una planta prácticamente rectangular, tal y como la mayoría de los palacios de la ciudad.

El patio central de forma cuadrangular y carácter intimista y elegante, sirve como elemento que articula todo el edificio y está porticado a dos alturas. Muestra de la influencia granadina, éste patio alberga unas esbeltas columnas de gran belleza que son prueba de la unión del arte nazarí y renacentista.

La fachada principal, dirigida hacia el Sur, se divide horizontalmente en dos cuerpos. La portada principal, sobre escalinata, adintelada, y algo desplazada en línea de fachada, sigue el esquema de otros palacios y grandes casas de la ciudad renacentista, y así, aparece custodiada por dos columnas dóricas sobre pedestales y rematada sobriamente por dos ángeles que sostienen sobre filacteria las armas del I Marqués de Donadío, D. Ángel Ezequiel Fernández de Liencres y Pando de Castañeda, cuya familia fue propietaria del mismo durante casi 100 años hasta su conversión en Parador de Turismo. Como curiosidad, cabe destacar las anillas para atar a los caballos y los balcones esquinados, muy típicos de la arquitectura de Úbeda.

Este palacio es la viva imagen de la sencillez y la sobriedad castellana en el cambio del siglo XVI al XVII.

Aquí os dejo diferentes enlaces en los que podréis encontrar más información sobre este importante palacio:




Conociendo ya lo fundamental de esta impresionante construcción, comienzo ya con el relato de la primera visita de Hernando Ortega a su palacio de Bástula (Úbeda)

Bástula, 30 de abril de 1560.

Durante meses, Francisco de los Cobos se quedaba mirando el nuevo palacio que su amigo, Hernando, se estaba construyendo junto a su capilla. Había tardado bastante tiempo en aceptar su oferta, pero finalmente accedió a convertirse en el capellán de la que sería su última morada.

Francisco estaba nervioso. Hernando le había confirmado su llegada, pero era incapaz de tranquilizarse. Era solo una visita rutinaria para ver el estado en el que se encontraban las obras, ¿pero qué pasaría si no llegaba a convencerle lo que estaba construyendo su protegido? 

Cada vez que bajaba a las obras de la capilla, aprovechaba para escaparse unos minutos y disfrutar con el espectáculo que Vandelvira estaba levantando ante sus ojos. Para él, el palacio que poco a poco se iba alzando, engrandecía su última y eterna vivienda pétrea. Ahora, y eso era lo que lo tenía así, debería tener también la aprobación de su amigo.

Cansado tras el largo viaje, Hernando divisa al fin la extraordinaria ciudad que se dibujaba en el horizonte. El que comenzaba ya a rozar el horizonte, dejaba entrever el magnífico alcázar que protegía la ciudad. Por desgracia para él, aún quedaban unas pocas leguas para poder descansar.

Sabía que su amigo Francisco lo estaba esperando, pero aún no tenía muy claro si aceptaría su invitación. A Hernando no le gustaba poner en un compromiso a ninguna persona conocida. Bueno, aún quedaba para llegar a tomar esa decisión.

A pesar de estar casi en mayo, aquella noche que comenzaba a bañar Bástula era algo fresca. La caprichosa brisa helada que se había empeñado en salir a recibirlo, hizo que un extraño escalofrío recorriera todo su ser. Así que, sin perder un instante, recogió su capa del asiento y se la echó por los hombros.

Hernando estaba casi dormido cuando el cochero le avisó de su llegada a la ciudad.

—Mi señor, acabamos de entrar por la Puerta de Santa Lucía. En pocos minutos llegaremos al palacio de don Francisco de los Cobos.

—Muchas gracias —respondió algo adormecido aún.

Hernando bajó del carruaje y se dirigió hacia la puerta del palacio. Recogió la pesada aldaba con su mano derecha y la hizo rebotar con fuerza en la puerta. Solo habían sido unos simples pasos, pero él estaba ya exhausto. La vida clerical había hecho que creciera de manera exagerada la medida de su cintura. Aún siendo tiempos difíciles, él no había pasado hambre jamás y si a eso le sumamos el moverse poco… podría llegar a explicarse su prematura asfixia.

—¡Hernando! —Francisco corrió al encuentro de su amigo—. ¿Qué tal ha realizado el viaje?

—Demasiado largo, Francisco, demasiado largo —respondió cabizbajo.

—Le estábamos esperando. María ha preparado ya una de las habitaciones de invitados.

—Francisco, ya sabes que no me gusta molestar.

—No diga tonterías. Nos sentiríamos muy halagados si decidiera acompañarnos durante su visita.

—Está bien, mi buen Francisco. Por hoy, y sin que sirva de precedente, aceptaré tu propuesta.

La noche se le hizo muy larga. No era capaz de apartar de su mente los planos de su nuevo palacio junto a la capilla de la que sería capellán. Pese a que rechazara este cargo en un principio, su buen amigo, Francisco de los Cobos, terminaría convenciéndolo. Estaba cansado de vivir en una gran ciudad como Málaga y estaba decidido a pasar sus últimos años en un lugar tranquilo en el que pudiera descansar.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el canto de un gallo. Amanecía y por desgracia había pasado casi toda la noche desvelado. Nervioso se vistió y bajó al comedor. Francisco lo estaba ya esperando sentado a una mesa de gala montada para la ocasión.

—Buenos días, ¿qué tal ha dormido?

—No he pegado ojo. Estoy deseando ver ya el palacio.

—Le entiendo muy bien, don Hernando. La primera vez que visité este palacio, yo estaba igual. Era incapaz de dormir, de comer… 

—¿Podemos irnos ya?

—Por supuesto.

A Hernando se le habían olvidado los sofocos de la noche. Esos kilos que lo castigaban durante la mayor parte de sus días, ahora parecía que lo llevaban en volandas. A Francisco, mucho más delgado que él, le costaba seguirle el ritmo. Y antes de que se hubieran dado cuenta, se encontraban ante la fachada del palacio.

—Francisco, sed sincero, ¿qué os parece?

—Impresionante. Suelo verlo cada día que bajo a las obras de la capilla y desde el primer día que pude contemplar la fachada del edificio, quedé enamorado de su belleza. 

—No estaba demasiado convencido de ese nuevo arquitecto que me recomendó, ese tal Andrés de Vandelvira.

—No se preocupe, don Hernando. Por fortuna, el arquitecto real Luis de la Vega está en la ciudad. Lo convencí para que ayudara en lo posible a Vandelvira. Y si he de seros sincero, creo que el resultado ha merecido la pena. 

—Aún no he visto en interior, pero la fachada ya me ha conquistado. Cuidad a ese joven arquitecto, creo que tendrá un futuro muy prometedor. 

—Eso mismo pienso yo, don Hernando.

—Y pensar que en un principio no me convencía esta escalinata de acceso al palacio.

—Creo que ha sido la mejor decisión que se podía tomar. Es funcional y muy elegante.

—Ahora que la veo en persona, creo que Vandelvira tenía razón.

—¿Pasamos al interior?

—No estoy seguro, Francisco. ¿Y si el interior me decepciona? Después de ver esta impresionante fachada, no sé si seré capaz de sorprenderme.

—Solo hay una manera de salir de dudas, don Hernando. 

—Sí.

Con algo de miedo, Hernando subió cada uno de los escalones de acceso al palacio. Aún no habían instalado la puerta definitiva del palacio y el acceso al patio estaba cerrado con una puerta provisional que impedía el paso a las personas ajenas a la obra. 

Quizá fueran los nervios del momento o quizá esos kilos de más que tenía, pero Hernando tuvo que necesitar la ayuda de su amigo para subir la soberbia escalinata que lo conduciría al patio del edificio. La puerta provisional estaba entornada y, pese a estar muy cerca, no se distinguía nada del interior. 

—Espero que hayan sido capaces de plasmar lo que les dije a ambos arquitectos que quería en el patio. Para mí, este será uno de los espacios que más disfrute a lo largo del día. Me encantaría contar con un patio semejante al tuyo.

—Estoy seguro de que no le defraudará el resultado.

Francisco abrió la puerta para que su amigo pudiera acceder al interior del edificio. Aún no estaba acabado, pero Hernando era incapaz de parpadear ente el bello espectáculo que tenía ante sus ojos. Ante ellos, se abría un patio central semejante al del palacio de Francisco. No obstante, pese a ese parecido, aquel patio tenía un carácter intimista y elegante que lo hacían único. El palacio se había articulado en torno a ese patio porticado a dos alturas. Los capiteles inacabados era lo único malo de la visita de Hernando a su nueva casa. Si la fachada inacabada había sido capaz de conquistarlo, el patio interior le había robado el alma.

—Don Hernando, ¿qué le parece lo que está viendo? 

—Francisco, repízcame. No creo que pueda existir algo tan bello en la tierra. Lo que están contemplando mis ojos, mi querido amigo, son obra de Dios.


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