Siguiendo con el ciclo de relatos cortos comenzado con
la primera visita de Francisco de los Cobos a su nuevo palacio y continuando
con la primera visita de Rocío a Santa María, aquí os dejo el tercer relato. En
este, tras unos datos en los que os daré a conocer cómo es realmente el
edificio del que hablo, os contaré lo que siente Hernando
Ortega al visitar por primera vez su palacio en Bástula (Úbeda).
https://es.wikipedia.org/wiki/Palacio_del_De%C3%A1n_Ortega
No obstante, creo que servirán como punto de partida para poner en antecedentes al lector. Con ellas, espero que se hagan una posible idea de lo que antaño llegó a ser este palacio y lo que sigue siendo aún hoy:
Hernando Ortega Salido fue
deán de la catedral de Málaga, Chantre de la Iglesia Colegial de Santa María de
los Reales Alcázares y el primer capellán de la Sacra Capilla del Salvador del
Mundo. Pese a no tener demasiados datos sobre este importante personaje,
conocemos que, a lo largo de su longeva existencia, fue amigo personal de
Francisco de los Cobos y su apoderado en la ciudad.
Hernando no aparece en la primera parte de la
trilogía, pero creo que merecía unas líneas en este entramado de relatos. Estoy
convencido de que la importancia que adquiere Francisco de los Cobos, en buena
medida, es debía a las amistades de las que se rodea.
Las siguientes líneas, son meramente informativas y
sacadas de internet:
https://es.wikipedia.org/wiki/Palacio_del_De%C3%A1n_Ortega
No obstante, creo que servirán como punto de partida para poner en antecedentes al lector. Con ellas, espero que se hagan una posible idea de lo que antaño llegó a ser este palacio y lo que sigue siendo aún hoy:
El palacio del Deán Ortega, o
también palacio del Marqués del Donadío. Situado en plena Plaza Vázquez
de Molina de Úbeda (Jaén, España), constituye uno de los palacios
hispano-renacentistas más importantes de la ciudad. Declarado Bien de Interés
Cultural, y dentro del recinto declarado Patrimonio de la Humanidad en 2003,
es, desde 1929, el actual Parador Nacional de Turismo. El palacio ha sido
recientemente musealizado para facilitar su visita histórica.
Historia
Este palacio fue mandado levantar por Fernando Ortega
Salido, deán de la catedral de Málaga y Chantre de la Iglesia Colegial de Santa
María de los Reales Alcázares y primer capellán de la Sacra Capilla del
Salvador. Su construcción data de mediados del siglo XVI en pleno Renacimiento
español, conociéndose que en 1550 fue contratada la losadura de la planta baja.
Su trazado corresponde al arquitecto renacentista Andrés de Vandelvira y
también intervendría el arquitecto real Luis de la Vega.
El 6 de agosto de 1831, Ángel Ezequiel Fernández de
Liencres y Pando de Castañeda, compra este palacio, mandando poner en él su
escudo de armas en la fachada principal del mismo, permaneciendo en él hasta la
actualidad, continuando la familia Fernández de Liencres siendo su propietaria
hasta que en 1929 pasó a albergar el Parador Nacional de Turismo, uno de los
más antiguos de España. Esta iniciativa fue llevada a cabo por el General Saro.
El 2 de junio de 2012, se celebró en el palacio del
Dean Ortega-Marqués de Donadío, la I convención de la Familia Fernández de
Liencres.
Descripción
Está distribuido en una planta prácticamente
rectangular, tal y como la mayoría de los palacios de la ciudad.
El patio central de forma cuadrangular y carácter
intimista y elegante, sirve como elemento que articula todo el edificio y está
porticado a dos alturas. Muestra de la influencia granadina, éste patio alberga
unas esbeltas columnas de gran belleza que son prueba de la unión del arte
nazarí y renacentista.
La fachada principal, dirigida hacia el Sur, se divide
horizontalmente en dos cuerpos. La portada principal, sobre escalinata,
adintelada, y algo desplazada en línea de fachada, sigue el esquema de otros
palacios y grandes casas de la ciudad renacentista, y así, aparece custodiada
por dos columnas dóricas sobre pedestales y rematada sobriamente por dos
ángeles que sostienen sobre filacteria las armas del I Marqués de Donadío, D.
Ángel Ezequiel Fernández de Liencres y Pando de Castañeda, cuya familia fue
propietaria del mismo durante casi 100 años hasta su conversión en Parador de
Turismo. Como curiosidad, cabe destacar las anillas para atar a los caballos y
los balcones esquinados, muy típicos de la arquitectura de Úbeda.
Este palacio es la viva imagen de la sencillez y la
sobriedad castellana en el cambio del siglo XVI al XVII.
Aquí os dejo diferentes enlaces en los que podréis
encontrar más información sobre este importante palacio:
Conociendo ya lo fundamental de esta impresionante construcción,
comienzo ya con el relato de la primera visita de Hernando
Ortega a su palacio de Bástula (Úbeda):
Bástula, 30 de abril de 1560.
Durante meses, Francisco de los Cobos se quedaba
mirando el nuevo palacio que su amigo, Hernando, se estaba construyendo junto a
su capilla. Había tardado bastante tiempo en aceptar su oferta, pero finalmente
accedió a convertirse en el capellán de la que sería su última morada.
Francisco estaba nervioso. Hernando le había
confirmado su llegada, pero era incapaz de tranquilizarse. Era solo una visita
rutinaria para ver el estado en el que se encontraban las obras, ¿pero qué
pasaría si no llegaba a convencerle lo que estaba construyendo su protegido?
Cada vez que bajaba a las obras de la capilla,
aprovechaba para escaparse unos minutos y disfrutar con el espectáculo que
Vandelvira estaba levantando ante sus ojos. Para él, el palacio que poco a poco
se iba alzando, engrandecía su última y eterna vivienda pétrea. Ahora, y eso
era lo que lo tenía así, debería tener también la aprobación de su amigo.
Cansado tras el largo viaje, Hernando divisa al fin la
extraordinaria ciudad que se dibujaba en el horizonte. El que comenzaba ya a
rozar el horizonte, dejaba entrever el magnífico alcázar que protegía la
ciudad. Por desgracia para él, aún quedaban unas pocas leguas para poder
descansar.
Sabía que su amigo Francisco lo estaba esperando, pero
aún no tenía muy claro si aceptaría su invitación. A Hernando no le gustaba
poner en un compromiso a ninguna persona conocida. Bueno, aún quedaba para
llegar a tomar esa decisión.
A pesar de estar casi en mayo, aquella noche que
comenzaba a bañar Bástula era algo fresca. La caprichosa brisa helada que se
había empeñado en salir a recibirlo, hizo que un extraño escalofrío recorriera
todo su ser. Así que, sin perder un instante, recogió su capa del asiento y se
la echó por los hombros.
Hernando estaba casi dormido cuando el cochero le
avisó de su llegada a la ciudad.
—Mi señor, acabamos de entrar por la Puerta de Santa
Lucía. En pocos minutos llegaremos al palacio de don Francisco de los Cobos.
—Muchas gracias —respondió algo adormecido aún.
Hernando bajó del carruaje y se dirigió hacia la
puerta del palacio. Recogió la pesada aldaba con su mano derecha y la hizo
rebotar con fuerza en la puerta. Solo habían sido unos simples pasos, pero él
estaba ya exhausto. La vida clerical había hecho que creciera de manera
exagerada la medida de su cintura. Aún siendo tiempos difíciles, él no había
pasado hambre jamás y si a eso le sumamos el moverse poco… podría llegar a
explicarse su prematura asfixia.
—¡Hernando! —Francisco corrió al encuentro de su
amigo—. ¿Qué tal ha realizado el viaje?
—Demasiado largo, Francisco, demasiado largo
—respondió cabizbajo.
—Le estábamos esperando. María ha preparado ya una de
las habitaciones de invitados.
—Francisco, ya sabes que no me gusta molestar.
—No diga tonterías. Nos sentiríamos muy halagados si
decidiera acompañarnos durante su visita.
—Está bien, mi buen Francisco. Por hoy, y sin que
sirva de precedente, aceptaré tu propuesta.
La noche se le hizo muy larga. No era capaz de apartar
de su mente los planos de su nuevo palacio junto a la capilla de la que sería
capellán. Pese a que rechazara este cargo en un principio, su buen amigo,
Francisco de los Cobos, terminaría convenciéndolo. Estaba cansado de vivir en
una gran ciudad como Málaga y estaba decidido a pasar sus últimos años en un
lugar tranquilo en el que pudiera descansar.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el canto de
un gallo. Amanecía y por desgracia había pasado casi toda la noche desvelado.
Nervioso se vistió y bajó al comedor. Francisco lo estaba ya esperando sentado
a una mesa de gala montada para la ocasión.
—Buenos días, ¿qué tal ha dormido?
—No he pegado ojo. Estoy deseando ver ya el palacio.
—Le entiendo muy bien, don Hernando. La primera vez
que visité este palacio, yo estaba igual. Era incapaz de dormir, de
comer…
—¿Podemos irnos ya?
—Por supuesto.
A Hernando se le habían olvidado los sofocos de la
noche. Esos kilos que lo castigaban durante la mayor parte de sus días, ahora
parecía que lo llevaban en volandas. A Francisco, mucho más delgado que él, le
costaba seguirle el ritmo. Y antes de que se hubieran dado cuenta, se
encontraban ante la fachada del palacio.
—Francisco, sed sincero, ¿qué os parece?
—Impresionante. Suelo verlo cada día que bajo a las
obras de la capilla y desde el primer día que pude contemplar la fachada del
edificio, quedé enamorado de su belleza.
—No estaba demasiado convencido de ese nuevo
arquitecto que me recomendó, ese tal Andrés de Vandelvira.
—No se preocupe, don Hernando. Por fortuna, el
arquitecto real Luis de la Vega está en la ciudad. Lo convencí para que ayudara
en lo posible a Vandelvira. Y si he de seros sincero, creo que el resultado ha
merecido la pena.
—Aún no he visto en interior, pero la fachada ya me ha
conquistado. Cuidad a ese joven arquitecto, creo que tendrá un futuro muy
prometedor.
—Eso mismo pienso yo, don Hernando.
—Y pensar que en un principio no me convencía esta
escalinata de acceso al palacio.
—Creo que ha sido la mejor decisión que se podía tomar.
Es funcional y muy elegante.
—Ahora que la veo en persona, creo que Vandelvira
tenía razón.
—¿Pasamos al interior?
—No estoy seguro, Francisco. ¿Y si el interior me
decepciona? Después de ver esta impresionante fachada, no sé si seré capaz de
sorprenderme.
—Solo hay una manera de salir de dudas, don
Hernando.
—Sí.
Con algo de miedo, Hernando subió cada uno de los
escalones de acceso al palacio. Aún no habían instalado la puerta definitiva
del palacio y el acceso al patio estaba cerrado con una puerta provisional que
impedía el paso a las personas ajenas a la obra.
Quizá fueran los nervios del momento o quizá esos
kilos de más que tenía, pero Hernando tuvo que necesitar la ayuda de su amigo
para subir la soberbia escalinata que lo conduciría al patio del edificio. La
puerta provisional estaba entornada y, pese a estar muy cerca, no se distinguía
nada del interior.
—Espero que hayan sido capaces de plasmar lo que les
dije a ambos arquitectos que quería en el patio. Para mí, este será uno de los
espacios que más disfrute a lo largo del día. Me encantaría contar con un patio
semejante al tuyo.
—Estoy seguro de que no le defraudará el resultado.
Francisco abrió la puerta para que su amigo pudiera
acceder al interior del edificio. Aún no estaba acabado, pero Hernando era
incapaz de parpadear ente el bello espectáculo que tenía ante sus ojos. Ante
ellos, se abría un patio central semejante al del palacio de Francisco. No
obstante, pese a ese parecido, aquel patio tenía un carácter intimista y
elegante que lo hacían único. El palacio se había articulado en torno a ese
patio porticado a dos alturas. Los capiteles inacabados era lo único malo de la
visita de Hernando a su nueva casa. Si la fachada inacabada había sido capaz de
conquistarlo, el patio interior le había robado el alma.
—Don Hernando, ¿qué le parece lo que está
viendo?
—Francisco, repízcame. No creo que pueda existir algo
tan bello en la tierra. Lo que están contemplando mis ojos, mi querido amigo,
son obra de Dios.
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